Charla con Miquel Amorós sobre la pandemia en la emisión de «Tokata y Fuga» del 12 de diciembre de 2020

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En tus textos sobre ella, cargas el acento en el hecho de que la crisis del coronavirus ha supuesto una vuelta más de la tuerca del control social estatal en el tornillo del desarrollismo capitalista. Dices que “estamos participando como masa de maniobra en un ensayo general de defensa del orden dominante frente a una crisis global”, un proceso aparentemente desencadenado por la pandemia que podría haberlo sido por cualquier otro entre los muchos efectos nocivos de la “sociedad del crecimiento infinito”. ¿Nos podrías ampliar un poco esa perspectiva?

La pandemia existe y sabemos que su letalidad es baja, que es tratable por los medios habituales y que el ritmo de los contagios evoluciona de forma similar a otras enfermedades infecciosas respiratorias como la gripe. Por otra parte, sorprendentemente, a nadie parece alarmar el saldo de muertes en el mundo por cáncer, hambre, contaminación, diabetes, infartos, tuberculosis, paludismo, sida, hepatitis o accidentes de tráfico. Entonces, si tanta dolencia nunca ha forzado medidas de excepción como la mascarilla, la distancia, el rastreo, el toque de queda o el confinamiento, ¿cuál es la base médica que las justifica en el caso de la Covid 19? ¿Problemas de seguridad asociados? No parece que este sea el caso. La justificación de esa reacción desproporcionada obedece a razones políticas. El virus ha puesto en evidencia el mal estado de la salud pública y de la asistencia a mayores saturando hospitales y funerarias. Una crisis sectorial esconde otra global, por lo que los regímenes autoritarios, aunque conserven formas democráticas, se saben débiles y no pueden afrontar ningún impasse con debates. Ni jerarcas ni asesores están capacitados para actuar adecuadamente ante la menor eventualidad, por lo que se decantan por la medicalización, o sea, por encarar situaciones sociales críticas como si fueran graves problemas médicos. Y para imponer sus medidas de emergencia recurren al miedo. Gracias a la comunicación unilateral, ha sido factible la expansión de una psicosis de resultados horribles para la convivencia, pero excelentes para la gobernabilidad arbitraria entronizada por el estado de alarma.

A woman wearing a protective mask holds a sign during a protest calling for the protection of public healthcare and primary healthcare centres amid the coronavirus disease (COVID-19) outbreak, in Madrid, Spain, November 15, 2020. The sign reads: “Not that way”. REUTERS/Juan Medina

¿Cuáles son para ti las verdaderas causas?

Hay dos tipos de causas. Primera, una combinación de ignorancia, abulia y temor gubernamental a reacciones contraproducentes. Segunda, la crisis general del modo de vida capitalista, el lado oscuro de la insostenible industrialización del vivir. El hacinamiento, la hiperactividad, la hipermovilidad, la destrucción del territorio (luego de los hábitats de las especies animales), la alimentación industrial la polución y un muy deficiente sistema de protección sanitaria, son los verdaderos responsables de la pandemia. El capitalismo ha tocado techo y se ha vuelto totalmente insalubre.

¿A qué te refieres cuando hablas de choque de intereses dominantes contradictorios?

Entre las elites planetarias hay diferencias enormes sobre el modo de conjurar la crisis global, o por decirlo de forma más actual, la pandemia económica. Unas confiesan su preocupación por el cambio climático o la suerte de los refugiados y son partidarias de un gobierno mundial, de mantener la parafernalia democrática y del capitalismo verde. Las otras niegan la importancia del calentamiento global y levantan barreras contra la inmigración; están a favor de un enroque nacionalista, de un modelo chino de Estado y de un desarrollismo sin color.

Hablas de administración de la catástrofe y rearticulación de la megamáquina. De un gran avance en profundidad y extensión de la sustitución del “Estado social” por el Estado policial. De desmantelamiento de la sanidad pública, de medicalización y aún mayor crecimiento del poder de las multinacionales farmaceúticas. De dictadura sanitaria.

El poder (la megamáquina) se está reconfigurando a nivel estatal, financiero y tecnológico, y si en terreno médico se manifiesta en la expansión de la industria privada de la salud y el avance de las grandes corporaciones químico-farmacéuticas, en el el terreno administrativo equivale a un desarrollo del área policial y una regresión en la política. Hoy podemos hablar de una dictadura legitimada por supuestas urgencias sanitarias cuya causa se atribuye a un temible enemigo microscópico del que solo las vacunas de las multinacionales nos pueden salvar.

Describes grandes progresos de la alienación: digitalización social, imperio indiscutido de la mentira espectacular, catastrofismo, gobierno del miedo, estadísticas manipuladas, estudios científicos interesados; desplazamiento de la soberanía a instancias cada vez más incontrolables; gestión técnica de los excedentes de población…

Los rápidos cambios producidos desde principios de año por las medidas restrictivas han alterado considerablemente las relaciones sociales y aumentado todavía más la presión sobre la población excedentaria, la excluida del mercado laboral, que cada vez resulta más costosa de asistir. También ha expandido en ciertos sectores conformistas una mentalidad sumisa e histérica, incapaz de razonar, propensa a la obediencia ciega y a la delación, típica de los sistemas totalitarios. La digitalización, los medios de comunicación subordinados, la ciencia sobornada y la policía omnipresente son los tentáculos de esa forma extrema de alienación, debido a la cual los gobernados ceden gustosamente su soberanía nominal al Estado y a las instancias superiores que determinan sus movimientos.

¿Esos cambios en el régimen mundial de dominación y explotación son, entonces, irreversibles? ¿Se ha acabado lo que se solía llamar “democracia”? ¿Se está produciendo un salto cualitativo en la mundialización del mercado y su imbricación con el sistema tecnológico? ¿Qué es lo que tú ves venir?

El poder ya no puede dar marcha atrás. Todas las mudanzas venideras apuntarán en la misma dirección, la de la barbarie. Lo que dicen «democracia» y no lo es, en la medida en que vaya adaptándose al salto cualitativamente autoritario de la globalización, será visiblemente lo que ya era en esencia, una dictadura suavemente golpista y tecnológicamente bien equipada.

Conspiranoia y negacionismo, colaboracionismo izquierdista, sumisión servil y dependencia declaradas de la población, profundización en el ciclo trabajo-consumo, entrega a los dictados de los dirigentes, obediencia incondicional. ¿Galerías de un mismo laberinto?

La información vertical, la mentira generalizada, la demagogia dirigente y sus frutos emponzoñados -las fake news, la negación friki y la obsesión complotista-, son en efecto, junto con la servidumbre voluntaria de las clases medias ciudadanistas, el control disciplinario y el consumismo acentuados, los componentes principales del panorama actual.

Perspectivas reales de resistencia y autodefensa.

La profunda desconfianza de las masas ante las improvisadas vacunas, el incumplimiento relajado de las medidas impuestas, la indignación del personal sanitario, la disidencia entre investigadores y la instalación de urbanitas en los pueblos, son síntomas de que la sumisión a los imperativos de la supervivencia metropolitana no es general y ni mucho menos automática. La credibilidad de quienes nos gobiernan no está en su mejor momento y su capacidad de maniobra es más bien limitada. Falta, eso sí, una alternativa civil activa que lleve a plantear una transformación radical del modo de vida, o sea, una salida del capitalismo. Ha de quedar claro que es necesario autogobernarse para reinventar la salud, los cuidados, la enseñanza, los transportes, el urbanismo, la vida cotidiana… La desobediencia, que ya es abundante, la protesta, que no escasea, la autonomía y el gusto por la verdad, casi ausentes, son únicamente los primeros pasos de una revuelta posible.

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